septiembre 01, 2006

Victoria's Secret End


Hay historias de la vida propia que nunca se terminan. Es como si el libro hubiese quedado a medio leer, arrumbado en la estantería, esperando a que en algún momento, el día más inesperado de Septiembre, la última línea sea leída. Y suspirar. U odiar. O sólo cerrar el libro.
Algunas veces juego a inventar los finales de aquella historia, presagiando las múltiples versiones que pueda tener el último párrafo siguiendo los modelos de otras novelas o películas que me inspiran los mas insólitos y melodramáticos “the end’s”.
Las últimas líneas, cuando las he leído sin pasar siquiera por el medio de la novela, me dan indicios sobre los finales más cercanos a la realidad de la novela o, por último, el que el autor quiere; pero los míos casi nunca coinciden con esos: o son más dramáticos o muy de folletín o la simpleza absoluta, nada especial, nada que permitiera decir: “oh que gran historia”. En fin, todo el tiempo me invento finales.
La mayor parte de las veces no hay nada de mí final en el final real. Al momento de leerlo ni siquiera recuerdo todos los otros finales que me invente. Pero después de unos minutos: yo esperaba algo distinto, algo más efusivo, o hasta más latino (con esa carga exótica que tiene lo latino).
Pero este final no pudo ser peor. Esa historia que transitaba paralela a mi vida, guardadita en la repisa más secreta de mis recuerdos de adolescente loca, enamorada y apasionada tenía que tener esos finales majestuosos. No el encuentro que muchos libidinosos podrían desear, porque hoy las circunstancias no lo autorizan, pero sí algo distinto.
¿Seis años guardada? Es mucho tiempo para este mísero y funesto final.
De mariposas, nada. De afectos, casi nada. De recuerdos, todo.
Me salté todas las páginas intermedias, leyéndome otras historias, imaginándome otros finales con el mismo protagonista. Pero el protagonista había cambiado, se había transformado en estos personajes casi sin patria, sin eso que yo recordaba. Una especie de chileno-venezolano radicado en los Estados Unidos, pero en ese 'lugar' que es Miami, donde nada es gringo, sino una carbonada latina, que nada me recordó. En un gordo de Mc Donald que había cambiado ese cuerpo de Adonis por una hamburguesa de un dólar. Si hasta esa voz había cambiado (si han visto las novelas de Mega, ya pueden imaginar como hablaba).
Y ese ‘obsequio’ que se trajo por si acaso, por si se encontraba con alguien inesperado.
En fin he cerrado el libro, pero el final fue decepcionante.
Me quedo con la espuma de baño Victoria’s Secret (se la iba a regalar a mi hermana).
Pero bueno, por último, que el final tenga olor a rosas.