octubre 17, 2006

Lo que creo sobre el sostenerse y sentirse confiado en el mundo.



(Aunque creo que esta será una reflexión apresurada, creo en absolutamente en ella).

Creo que la mayoría de nuestros actos diarios tienen que ver con sentirnos más seguros en el mundo (sea cual sea el mundo, sea el tiempo y el lugar que sea). Creo que, finalmente, el tener muchos lugares donde movernos nos brinda un espacio para la paranoia, la locura, la angustia y la incertidumbre. Definitivamente, creo, que nadie desea eso.

Yo, por ejemplo, confié años de mi vida a una maquinita que ahora descansa en la alfombra, años de creación. Kilos de papel digital de mis creaciones poéticas e ‘intelectuales’ fueron confiados no a una persona, sino a una máquina. Ésta se ganó el poder de mi confianza, y nunca puse en duda que me podría fallar. Pero así fue, un gusano se comió cada pedazo de las palabras que había escrito. Hoy, quizás no valgan tanto como yo pensaba. Pero de todos modos, las extraño. ¿Qué faltó? Respaldarme, exactamente lo que Carrie Bradshaw no había hecho, no lo hice yo; y así, lo perdimos todo. Incertidumbre y angustia, nos confiamos del mundo que se mueve bajo el clic, pero ése no nos da el piso que queremos.

La Historia se ha convertido en uno de los sustentos de los hombres para afirmar la ‘realidad’ de lo que fuimos, y de lo que seremos. Las microhistorias, hoy de moda, también cumplen esta función: asegurar que la experiencia de las minorías, sí existieron.

La modernidad tecnológica también ha hecho una labor magistral para afirmar la existencia, para no permitirnos creer que estamos parados sobre la nada y que el lago que aparece en la fotografía realmente estuvo ahí, que la zambullida en las gélidas aguas de los Ojos del Caburga sí fue de verdad, y que ese amor sigue palpitando, porque la foto en el álbum lo confirma. Y sí que las fotos cumplen su trabajo: mi casa está plagada de imágenes, el archivo en papel, y ahora el digital, es incontable, son muchas, muchas fotografías. De este modo, mis padres y mis abuelos (a los que no conocí mas que por fotos) dan cuenta de que el tiempo que vivieron fue real, que hubo un mundo en el cual estaban firmemente apoyados.

Una muestra mucho más trivial de la búsqueda de sustento me pasó hace unos días en el metro de Santiago, un martes a eso de las seis. La muchedumbre se pelea por entrar a uno de los vagones; entre ellos, un hombre de pequeña estatura se cuela por entre los brazos quedando un poco alejado de cualquiera de los objetos que el tren dispone para afirmarnos. Para mi, no fue complicación el sentirme sin un lugar en el cual apoyarme, pues de todos modos, había una multitud de personas que me aferraban a ellos, así que igualmente me sentí sostenida en (y por) el metro. El timbre sonó, fue entonces cuando noté que el hombre pequeñito luchaba por alcanzar el fierro central para apoyarse, para no sentir el piso inestable del recorrido subterráneo. La lucha fue por sobre cabezas, por sobre brazos, por sobre bolsos y sobre pelos, hasta que por fin encontró su sustento: sólo dos dedos rozaban el manoseado fierro del vagón, pero su semblante cambió de inmediato.

Hay tantas muestras de la búsqueda de sustento en el mundo. Por ejemplo, millones de canciones populares dedicadas al hombre o a la mujer que da el lugar para no estar inseguros en el mundo, el amor entonces es lo que nos da el motivo más fuerte para luchar y para no creer que el mundo (sea lo que sea) está a la deriva...

Nunca, nunca vida mía pienses eso
Que mi amor por ti de pronto ha terminado
Se podrá acabar el mundo más lo nuestro
Seguirá su rumbo ya trazado...


Entonces, quienes aseguran que el mundo es relativo, acaso no aman, acaso no buscan un lugar firme en donde pararse. No sé, creo, que ese discurso guarda una mirada mucho más profunda que simplemente afirmar la posmodernidad del mundo. Es claro, siempre hemos querido proteger ‘nuestro mundo’ y hacerlo lo más real y firme posible.

De este modo, la ficción supera a la realidad.

Total, más allá, no sabemos.

octubre 14, 2006

Queremos ser ‘blanquitos’

La cafetería estaba fría. Extraño, porque estamos a mediados de octubre del hemisferio sur y una avalancha de nubes negritas se acercaba amenazante. Bajo la mesa, los paraguas descansaban ansiosos de recibir un poquito de agua ya que junio y julio se los había negado. Así, con el frío de la mañana, el perro del hortelano ladrando solo y el cafecito ‘Nescafé’ humeando; recordábamos un deseo, no se si chileno, de querer ser ‘blanquitos’.

Un dato. Acá, en Chile,los niños (siempre que no sean del barrio alto) ya no se llaman Pedro o Rosa. Ahora, sus nombres son elegidos, por ejemplo, según como se llame la/el protagonista de la teleserie de moda. Aparece entonces una camada de guagüitas que se llaman: María Salomé (si esta el María), Adán, Kiara, Grethel (en todas sus versiones Grettel, Gretell, etc).

También encontramos una serie de nombres extranjeros, gringos en su mayoría. En el
Registro Civil aparece una lista de deformaciones que sufren nombres como:
Bryan: Brayan, Braian, Brain, o en el peor de los casos, Brallan.
Michael: Micael, Maickel.
Stacy: Staicy, Esteici, Esteicy.
Jonhy: aunque mas aceptado, con Jonathan
Scarleth:Scarlett
Kevin.

En fin, en nombres y apellidos existe todo lo que podemos imaginar, pero cada uno de ellos apuntan a un mismo objetivo: ser más ‘blanquito’ y a que, por último, nuestra tarjeta de presentación tenga un poco de rubio, de gringo, de europeo o de clase alta.

Es que no queremos ser negros, ni mapuche, ni latinos, ni sudacas. Ni puntos, como gritaba hace unos días un famoso profesor, en una cátedra, recordando su paso por los Estados Unidos.

Sí, porque querámoslo o no, la mayoría de nosotros no somos blanquitos. Y para la mayoría es una pesada mochila que no se quiere cargar. Peluquerías, cremas que aclaran la piel, nombres, lo que sea para ser un poquito más blancos o un poquito menos negros.


Recordé entonces lo que se dice cuando se espera durante nueve meses a que nazca el nuevo ciudadano, meses de expectación, sin duda, sobre el cómo será la guagüita. Después de darle todas las bendiciones cristianas correspondientes, se remata con la última bendición, la más importante de todas, esa que le dará la clave al éxito dentro de su comunidad. Rebasantes de emoción, la tía o la abuela exclaman, casi agradeciéndole a Dios: ¡y es blanquito!

Qué nos queda para los morenos en esta sociedad en que el color de la piel dice mucho más que el quién eres. Ser el modelo humillado, el actor que debe interpretar una y otra vez al lanza, la niña que no pudo ser modelo, sino sólo la promotora. Juicios, prejuicios.

Si aprendiéramos todos a mirarnos en el espejo y reconocer los pigmentos oscuros como parte nuestra, creo, que actuaríamos, morenos y los no tanto, mucho mejor.