octubre 29, 2007

CRASH

De los que me conocen o los que han hablado conmigo durante estas dos últimas semanas, cualquiera de ellos podría pensar que la vida me dio la espalda, que se me acabó la buena fortuna, que la pelada me anda rondando o, los más faranduleros, podrían compararme con la Marlen Olivari y, que al igual que a ella, alguna rubia maldadosa me echó una maldición.
Sea cual sea la explicación, el asunto es que estas dos semanas mi cuerpo ha hecho crash y la gota que rebasó el vaso fue el sábado veintisiete a eso de las diez y media de la noche.
Esa noche habíamos decido salir con Rodrigo siguiendo la ruta natural de los pies. Salimos de casa y competimos con otra pareja por dos lugares en el taxi colectivo que nos acercaría a un posible destino.
Nada extraño, hasta entonces.
El vehículo de la estrellita amarilla las empinó por la calle Mapocho y al llegar al cruce con avenida Brasil se produce el primer suceso del relato fantástico: una camioneta de ruedas patonas se dirigía muy campante en sentido contrario. ‘Peligro público’ en una avenida en la cual los vehículos circulan, por las cuatro pistas sentido oriente, a una velocidad promedio de 70 kilómetros por hora. El chofer rápidamente lo esquivó, le tocó la bocina, dijo un par de chilenismos y siguió.
Ante tan extraño suceso, me di vuelta para asegurarme de que la visión era real. Fue en eso cuando la cosa se hizo más compleja y más extraña: un jeep blanco estaba a punto de investir contra el taxi colectivo, con nosotros adentro. Solo recuerdo el color blanco, las luces delanteras, el rojo de luz de freno del taxi y el tremendo CRASH.
Dolor, mucho dolor. Miedo, terror.
Reaccioné en los brazos de Rodrigo que tocaba mi cabeza. Yo decía: me duele amor, me duele mucho. Rodrigo sintió sangre. Creí desmayarme. No hay sangre amor, no te rompiste. Júrame, amor, que no me rompí la cabeza. Júramelo.
Reaccionamos todos. Habíamos sido impactados violentamente por un jeep y yo me encontraba totalmente damnificada. Con el golpe, mi cuerpo se movió como los muñecos de prueba de accidentes de tránsito (iba en el asiento trasero, al medio), mi cabeza se golpeó violentamente con la parte trasera del vehículo, mi cuello se balanceó sin control adelante y atrás. El dolor era tan intenso que yo creía que el parachoques delantero del jeep me había golpeado.
Luego todo se volvió un caos. Me quedé sentada en el mismo lugar, cuidando de no moverme. Una señora se acercó a darme agua. Luego muchas señoras comenzaron a llegar, niños, hombres y muchos, muchos curiosos.
La primera sirena: los bomberos. ¡Por favor, puedo salir caminando! Pero, en su afán de ser héroes me sacaron del auto con todo el show y me dejaron acostada, e inmovilizada, en la vereda ante la mirada curiosa de las decenas de personas que habían llegado hasta entonces. Había que esperar que llegara la ambulancia.
La segunda sirena: carabineros siguiendo el proceso. Su nombre, su edad, su fecha de nacimiento, su nivel de estudios, su estado civil, su profesión (por primera vez lo dije: profesora). Mientras yo, tendida en el suelo, le gritaba cada uno de los datos que me pedía.
Tercera sirena: la ambulancia del SAMU. Tómenle el pulso. Inmovilícenla por completo. A la camilla a la cuenta de tres (oh, ¿y si no pueden levantarme?). UNO-DOS-TRES. Rodrigo quédate a mi lado, que me muero de vergüenza. A la Posta Central.
A esas alturas el dolor del cuello iba en aumento. Me dolía la cabeza y me estaba dando sueño. No me dejaban dormir. Me subieron a la ambulancia y encendieron la sirena. No me di cuenta de cuando llegamos a la urgencia de la posta y me ingresaron como a los pacientes de E.R.
El dolor era cada vez más intenso. El hematoma de la cabeza crecía y crecía.
Y me estaba volviendo loca de estar inmovilizada. Quería mover las piernas, ¡por favor, suéltenme un poco! ¡Atiéndame que me duele!
Para dejar de pensar en el dolor Rodrigo me hacía reír. Después de todo el paseo tenía su toque: me llevaban de un lado a otro en camilla, llena de cuerdas y con la cabeza envuelta en aparatos que impedían mi movimiento. Habíamos paseado en un vehiculo de emergencia (era mi primer paseo en ambulancia y con sirena y todo).
Me enviaron a rayos para ver qué tipo de lesión tenía. Cuando salí de la sala de urgencia Rodrigo, haciéndome reír nuevamente, me dijo: ¿a dónde te llevan mi amor? ¿a la morgue?
El diagnóstico: esguince cervical.
Ahora estoy en cama, con un cuello de repuesto que sujeta mis vértebras, con dolor intenso en el cuello, pero viva.
¡Te quedaste con cuello mi amor!
Así fue. Nos quedamos sin paseo, sin cena, sin nada. O sea, con una historia divertida que contar, porque afortunadamente me puedo reír y, aunque duele mucho, no tengo que lamentar nada más.

octubre 19, 2007

Fantasmas en la habitación

Estaba cerca. Lo ví entre los muebles. Sólo pedí un paso. Dos pasos. Que se mueva un paso. Que se quede ciego ante mis pasos.
Estaba cerca. Tan cerca que sentí lo errático de sus pasos, el movimiento imperceptible de la tierra al ser pisada.
Seguía cerca. Sentí su aliento en mi espalda. Los pelos de la nuca se me erizaron como si un fantasma hubiera pasado caminando entre los libros.
You don't see me. Por favor, cierra los ojos.
Eres sólo una sombra entre las páginas rasgadas de mi novela. Una sombra entre las sombras.
Un fantasma que nunca regresó.

octubre 12, 2007

Nuevo blog inaugurado!


A todos los lectores (si es que hay algunos) los invito a leer mi nuevo blog "Literatura y educación".