abril 24, 2007

Mosaico ¿Me arrendé?


Hoy recibí una fuerte y dura crítica de mis colegas profesores. Era algo que no esperaba y la verdad es que en el momento en que acepté la mentada, y vilipendiada, oferta ‘laboral-cultural’ ni siquiera pensé en posibles consecuencias, en ideologías, en izquierdas o derechas, sino sólo en la posibilidad de escribir y de tener un espacio, en un medio no-masivo (ahora me doy cuenta de que no es así) de comunicación, en el cual distribuir lo que pienso.
Ahora, sin embargo, he cuestionado bastante la decisión, pero no porque me importe mucho si la línea editorial no tenga nada que ver conmigo, sino porque parece ser que me arrendé ‘intelectual-creativamente’. ¿Acaso trabajar en un medio implica que tengo que pensar como sus? ¿No puedo, desde ese u otro medio, hacer un intento por masificar mis planes literarios y sociales?
La historia pasó hace más o menos un mes atrás cuando el nuevo director de Mosaico me pide que escriba una anécdota o relato que me haya ocurrido en el Metro de Santiago. Bien, ingenua. No pensé en nada más que en la posibilidad de escribir, de sentirme ‘obligada’ a redactar algo con cierta regularidad y qué mejor oportunidad de hacerlo y aparecer en un pedacito de pasquín universitario. ¿Ego? Sí, un poco.
Ahí me dediqué a realizar una inmersión ideativa (paso uno de la producción textual) entre los apretados y acalorados vagones del Metro ahora que existe (¿o no?) Transantiago. El primer envío fue este que, ahora comprendo las razones, fue rechazado por la editora:

Las manos del Metro
La multitud que nos hizo conocer Transantiago ha puesto en las bocas relatos de desesperación cuando no podemos abordar un vagón de Metro y debemos luchar por un pedacito del metro cuadrado.
Muchas personas han debido soportar manos impúdicas de quienes ‘no pueden ponerlas en otro lugar’. Afortunadamente, no he sentido manos intrusas, pero sí he tenido al alcance de mi mano, otras manos llenas de historias.
Hace unos días, cinco manos luchaban por un lugar del cual sostenerse. Las manos hablaban: una portaba un anillo reluciente, otras dos casi no hablaban: todas suaves, limpias y aferradas por llegar a casa.
Pero hubo una mano que llamó mi atención: una anciana mano, llena de heridas y pintura, la mano de un hombre viejo que luchaba por sostenerse a la vida, ganándosela en una obra, quizás en qué lugar del barrio alto, en un lugar en el que era un obrero más, un viejo de mierda cualquiera, que no se apura, que no se mueve y que más encima anda todo manchado y hediondo a diluyente.
Una mando, manchada de años, manchada de esfuerzo, manchada de trabajo. Una mano cansada que anhelaba respeto y un descanso.
Y mi mano, buscando historias para contar, en las manos de otros.

Mi amigo, director de Mosaico (aun con alma de Letras) me dijo que según la editora la historia no servía, que era muy poética, muy dramática. Muy, emm…como decirlo ¿social, comunista, roja? No, eso no es lo que buscamos.
Ahí me vino nuevamente mi rabia vieja con la mentalidad periodística tan fría, tan estadística, tan de datos, tan poco poética, como dicen ellos. Así que me largué a escribir en metáforas en contra de los periodistas; el resultado, como podrán imaginar, fue de total agrado de la editora sin saber que ella era la protagonista. Nótense las frases inconexas del contexto:


Obligaciones Metro-politanas
(Decálogo del buen escritor)

Hace unos días una chica me pedía con urgencia que me subiera a su carro. Lamentablemente ese carro estaba lleno, abarrotado de personas, abarrotado de informaciones, colapsado de datos inútiles. Y lo peor de todo, ese carro no iba en mi dirección. El metro cuadrado estaba llenito y honestamente, no me interesaba compartir mi privado espacio con quien (casi) me obligaba a subir.
Entonces fingí que podría subirme, tratando de apretarme los sesos para darme un espacio entre ellos.
Ahí me vino el colapso nervioso: me faltaba el aire, quería escapar por las ventanas, aunque quedara atrapada en el túnel oscuro y sin salida, me sentí como la niñita que se desmayó entre tanto apretón y falta de oxigeno.
- Señores pasajeros estación Salvador-
Afortunadamente (para mi) logré bajarme a tiempo de ese carro.
Lamentablemente, para ella, ni siquiera había notado que yo iba en otra dirección. Ni siquiera se dio cuenta de mi estrategia de subida y de bajada.

Como se podrán dar cuenta, lo único que quería era escribir. Ser por una vez Carrie Bradshaw y tener mi propia columna aunque fuera en un pasquín y no en el New York Times.
El punto crítico de todo esto fue hoy cuando me di cuenta de que mi texto importó nada, que a los lectores les dio exactamente lo mismo lo que decían mis ironías, que las metáforas eran solo mías y parecían la tonta anécdota del pasquín y nada más (si hasta me imaginó como leían a la protagonista, yo). O sea, cero impacto creativo en el lector incauto.
Lo único que importaba era averiguar si esa Antonieta Vergara era la colega, la que critica la educación, la que habló de la nación en su tesis (subámosle el pelo), la que se la juega desde su espacio por cambiar algo de la situación del país. ¿Es la misma Antonieta que está trabajando para Mosaico? ¿Acaso se está vendiendo a un gobierno universitario de derecha?
Qué horror, que desayuno más desagradable, el pan me pasaba seco por la garganta, el tecito se acabó rápido tratando de empujar las migas que se agolpaban en mi campana. Y el calor subiendo por mis mejillas indicaba que me estaba picando, porque la señorita de enfrente, mi colega, se estaba dando el gusto de acusarme de vendida. Sólo en ese instante cuestioné si había hecho bien en ‘arrendarme’. La verdad es que no me pagan un peso, lo que era peor para mi cuestionadora colega porque trabajar gratis para la derecha implicaba que comparto su ‘credo’.
Falso. Porque sólo quería escribir. Tal vez, arrendé mi ars, pero nada más.
Así que cuando la pica aumentaba le dije ¿Cuál es el problema en trabajar en un medio del lado contrario, si este te permite que muchas más personas te lean? ¿Lo que tu criticas, acaso lo lee o siquiera lo escucha alguien?
Finalmente le dije: Grínor Rojo escribe en el Mercurio, ¿significa eso que se hizo un capitalista –fascista?
No respondió, seguro que no conocía al maestro.